BIOGRAFÍA DEL PASTOR
Nací el 31 de marzo de 1953 en Los Chiles, Alajuela Costa Rica. Mi familia estaba compuesta por ocho hijos y mis padres, Manuel y María. Decíamos ser católicos, pero en realidad no estábamos identificados con ninguna religión.
El Señor me liberto de la posesión demoniaca que me dominaba, me bautizo con su Santo Espíritu, su poder es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Estuve encadenado al alcoholismo, ya que en mi familia hubo muchos disturbios. Mi padre, siendo vicioso, acostumbraba por las tardes reunir la familia y le hablaba de grandes fortunas y de riquezas, pero la realidad era que teníamos una hipoteca en un banco por lo que luego de 4 a 5 años fuimos desahuciados de nuestra propiedad. En otras palabras, el banco nos dejó en la calle. Esto provoco división en nuestra familia, de manera que nos desintegramos, cada cual busco lo suyo. De ahí se desato en mí un odio fuerte contra mi padre, y me fui a vivir a la calle. Desde aquel día comencé a maldecir a mi familia pues yo deambulaba por la calle, sin un hogar, dormía en cualquier lugar, algo diabólico se apodero de mí, era terrible, hasta el día que Jesucristo entro en mi corazón en medio de un avivamiento en Costa Rica entre los años 1974-1975.
Viviendo esta triste y dolorosa condición, escuchaba voces que me decían que nadie me amaba, que Dios no existía. De hecho, varias veces fui encarcelado y cuando me preguntaban por mi familia yo declaraba que era huérfano y que no tenía a nadie; “mi familia es la calle.” En una ocasión una pandilla quería matarme, pero Dios me libro de ellos y muchos peligros más. He pasado por momentos desagradables, tristes y de mucho dolor. No sé por qué la juventud estando dentro de la iglesia, desea irse al mundo, permítame decirle que fuera del Señor lo que hay son malicias, demonios, pecado, odio y amargura, pero lo bueno, poderoso y puro está en el Señor, en el servicio a Dios y en su Palabra.
Yo era un joven bien delgado, solo pesaba 90 libras, sin embargo, cuando la policía me iba a arrestar, cuatro de ellos no podían conmigo, era como una fuerza demoniaca que se apoderaba de mí. Entonces comenzaba a morder, patear y me agarraba de cualquier columna y no había quien me apartara de ella. Sufría de temores, de un miedo terrible, dormía con un machete debajo de la almohada. Siempre tenía en mi poder armas cortantes, por lo cual me multaban, aunque no tenía con que pagarla. Mi ropa era una mugre, los zapatos eran solo la parte de arriba, y mis pies tocaban el suelo, era un andrajoso y maloliente. Muchas veces estuve caído en las cunetas de las calles y la gente decía ahí hay un borracho, pero nadie me daba la mano para ayudarme. Así hay muchas personas en esta condición que nadie hace nada por ellos.
Ese era David Obando un borracho, una peste. Cuando no tenía bebida, hacia mezcla, creo que llegue a tomar kerosene. Me parece que mezclé alcohol con agua y algo más, tome un líquido muy peligroso y llego a mí casi la muerte, de manera que pase tres días en una gasolinera sin poder levantarme. Solo esperaba el momento que un carro me matara o que los perros me comieran, la gente pasaba, pero nadie me ayudaba. Entonces llegué a la conclusión de que nadie me amaba y que todos me odiaban. Es hermoso saber que hay alguien que ama, que realmente se detiene ante la necesidad, ese es Jesucristo.
Hacía años que no sabía de mi familia, a pesar de que Costa Rica no es un país muy grande, no sabía nada de ellos. Atravesaba el país de un extreme a otro, por supuesto pidiendo que me llevaran o caminando, durmiendo en los cementerios, con perros, gente viciosa, maleantes y hasta con asesinos.
Algo milagroso había acontecido, mi madre, después de aquel desahucio se había convertido a Jesucristo. Fue precisamente a través del Rev. Teodoro Marrero, misionero puertorriqueño, que llegó a un barrio de Costa Rica. Ese avivamiento alcanzó a mi madre y transformo su corazón. Mi mamá estaba siendo enseñada en las cosas de Dios. Todas las noches de culto, mi mamá pedía la oración por mí.
Un día, que había una gran corrida de toros, yo estaba con la segunda crisis. Metido en un basurero con la cabeza afuera. El camino pasaba cerca. Después que termino la fiesta, pasaron dos hombres a caballos bien arregladitos con unas biblias. Uno de ellos miro a la basura y se volvió. Me pregunto cómo estaba y comenzó a hablarme de Dios. Y me dijo, “Sabia usted amigo, que nosotros somos hecho a imagen y a semejanza de Dios, mas sin embargo mire donde está la imagen de Dios.” Las palabras me molestaban. Me dijo, “Ojalá Dios lo pueda salvar y libertar.”
Una semana después, yo me levanté y pregunté dónde estaba la iglesia. Llegué a la iglesia un Domingo por la mañana. La iglesia era pequeña, pero había una gloria tremenda. Comencé a tener una batalla muy grande. Oía una voz que me decía, “Ese lugar no es para ti. La gente está muy arreglada. Tu eres horrible y apestoso. ¡Tienes que coger para otro lado!” Pero yo seguí adelante y dentro. Estaba allí sentado en el culto, cuando me di cuenta estaban haciendo el llamado para las visitas. Yo me puse de pie, y quería caminar, pero sentía que mis piernas eran como columnas y no podía caminar. ¡Y oí una voz que comenzó a decir, “Tenemos que irnos de aquí ahora! No podemos prevalecer aquí”. Y yo miraba y no había nadie. Así pasitos por pasitos fui llegando al altar.
Cuando llegué al altar el pastor me dijo; ¿Quieres a Cristo? Y yo le dije que sí. Y el pastor me decía ya viene Cristo. Él me dijo que repitiera la oración. Pero no repetía porque oía voces que me decían, “No repitas, vámonos, huyamos, corramos, ¡vámonos ya!” El pastor me ayudó a hacer la oración del pecador. Luego puso su mano en mi cabeza y comenzó a proclamar al Señor. Tuve mi primera visión. Vi que la mano del pastor me abrió la cabeza y se metió. Pero cuando me di cuenta la mano estaba bajando. ¡Los demonios decían, “Nos vamos! ¡No podemos estar aquí!” Salían por la nariz y por los oídos. De pronto vi que la mano del pastor llegó a mi estómago e intestinos. Había algo como un punto de color negro, y la mano lo agarró y lo sacó para fuera. Cuando su mano salió yo me desplome. Pero no era la mano del pastor como yo pensaba, era la mano de Dios.
Desde ese día hasta el día de hoy, no he vuelto a sentir el deseo del licor. Dios hace el trabajo, Él trabaja y transforma. Depende de nosotros si lo conservamos o no.
A los tres meses de convertido, el Señor me bautizó con el Espíritu Santo. A las dos de la tarde un viernes, los cielos se abrieron y salió una mano y tiro algo. Y yo vi que era una bola que brillaba como oro, y cuando venía cerca se transformó en una paloma. ¡Y yo decía, “Hay viene una paloma!” Pero lo dije en otras lenguas. ¡El Señor transformo mi vida!
El Pastor David Obando, actualmente está pastoreando la Iglesia de Plainfield New Jersey con su esposa Martha Obando. El también es oficial Nacional del Movimiento Misionero Mundial en los Estados Unidos de América y ha estado en el ministerio 8 años de evangelista y más de 25 años de pastor.